El sábado 26 de abril vivimos un
día especial, nuestro “niño” Francisco se casaba con su Rocío. Fue un día de
contrastes, de recuerdos, pero sobretodo de alegría. Nuestra madre, la Gran
ausente, nos había enseñado a saber disfrutar de la vida y a entenderla como
algo frágil e instantáneo, la vida es una sucesión de instantes.
El día había amanecido radiante,
los novios e invitados vestían sus mejores galas, la iglesia de Santa Ana,
catedral de Triana, perfectamente engalanada… A las 6 de la tarde era la cita,
el reloj de pie con su característico tintineo marcaba las seis, el novio y la
madrina esperaban a los pies del altar la llegada de la novia, que no se
produciría, como es de rigor, hasta unos minutos más tarde de la hora fijada
meses antes. Rocío entraba agarrada al brazo de su padre y ¡qué guapa iba!, por
la larga alfombra roja comenzaba un paseíllo de nervios precedidos por el más
pequeño de la familia Talavera, nuestro Salvi era el encargado de llevar los
anillos.
La ceremonia discurrió como se
desarrollan estas cuestiones, con las lecturas y las palabras emocionadas de amigos y familiares de los novios. A la
salida una nube de pétalos y arroz marcaban el final de la misma.
Los novios e invitados nos trasladamos
a Hinojos a celebrar el convite que tan primorosamente había preparado la
pareja, los Salones Atalaya lucían majestuosos, diferentes a anteriores
ocasiones, la comida espectacular y el servicio rápido y eficaz, todo salió a
la perfección, Rocío y Francisco habían puesto mucha dedicación y empeño para
que todo lo que dependiera de ellos fuera irreprochable y así fue.
Después de visitar las mesas de
los casi 250 invitados, comenzaba la fiesta, los novios cedieron ese
protagonismo a sus amigos y familiares, y la fiesta resultó de lo más animada,
sin decaer al menos hasta que este hermano se retiró a las 5 de la mañana y
según me cuentan, a los novios les dieron las claritas del día rodeados de sus
incondicionales, que como fieles escuderos no los habían dejado solos ni un
instante en toda la madrugada.
Ahora los novios están
disfrutando de una merecida luna de mil en un lugar paradisiaco de Méjico, la
Riviera Maya.
A los que los queremos sólo nos
queda desearles por boca de Sabina a esta pareja:
“Que todas las noches, sean
noches de boda, que todas las lunas, sean lunas de miel.”

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