189 horas y 30 minutos han transcurrido
desde que se hicieran públicos los resultados de las elecciones al Parlamento
Europeo del pasado 25 de mayo celebradas en España y el Anuncio del Presidente
del Gobierno, Mariano Rajoy, de la intención del Monarca de España, Juan Carlos
I, en abdicar en su tercer hijo, y primer hijo varón, el Príncipe de Asturias
D. Felipe de Borbón y Grecia.
Según las declaraciones del
propio Rey ofrecidas horas después, la decisión de ir dejando paso a la
sucesión estaba decidida desde el pasado mes de enero, pero ¿por qué ahora?
Justo una semana después de que la
voluntad del pueblo español se reflejara en las urnas, cuando las fuerzas mayoritarias
ya no llegan al 50 % del respaldo electoral y cuando fuerzas políticas desde el
arco de la izquierda, con un fuerte perfil republicano, han tenido un ascenso
en número de votos como nunca antes en la historia democrática de nuestro país.
Justo después de que la fuerza más votada en Cataluña haya sido Esquerra Republicana
de Catalunya (ERC) y de que el PSOE abriera la sucesión de su Secretaria General mediante un procedimiento de consulta
previa a toda su militancia de corazón e ideología mayoritariamente
republicana.
Seguro, o así querrán venderlo los medios de comunicación y las oligarquías
afines al actual régimen político, que la decisión estaba tomada desde hace
meses y que el resultado en las urnas poco ha influido en la decisión de
nuestro Monarca. Pero en política ninguna decisión es casual y sí causal, la
decisión de Juan Carlos I no puede ser de otra forma que fruto de la
causalidad, y del medio a no encontrar en el futuro un escenario político afín
para proceder a una abdicación a favor
del Príncipe Felipe, porque: ¿qué
pasaría si el nuevo o la nueva líder del PSOE, siguiendo la voluntad
mayoritaria del Partido, tuviese un marcado mensaje republicano?; ¿qué pasaría si
fuerzas como ERC, IU y Podemos en los próximos encuentros electorales fuesen
mayoritarias en el arco político de la izquierda?; ¿qué pasaría si después de
una sentencia el yerno del Rey, D. Iñaki de Urdangarín, o su esposa la Infanta
Cristina, resultasen condenados?; ¿qué pasaría
si los españoles y las españolas siguiéramos enterándonos de las aventuras y
desventuras de nuestro Monarca y de los líos en su Casa Real?; y ¿qué pasaría
si el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) siguiera preguntando a los
españoles sobre la institución de la monarquía y se constatase que la
valoración sigue bajando en picado y que la institución monárquica cada vez
goza de menos legitimidad?.
A buen seguro que todas estas
preguntas han revoloteado por la cabeza de nuestro Rey, y sólo ha encontrado una
única respuesta posible: o es ahora o no será nunca. Así que ha puesto la
maquinaria del Estado a funcionar para que en un breve, muy breve, plazo de
tiempo y sin consulta previa a los españoles y a las españolas, se apruebe una Ley
que facilite una vez más una sustitución tranquila, sin mucho ruido.
Pero ahora en pleno Siglo XXI
cuando hay una herramienta de comunicación poderosísima, como es internet, y
donde cada ciudadano y ciudadana dispone de acceso a la información de una
manera rápida y directa, es muy complicado que sin consulta previa el nuevo Rey, Felipe VI, goce de la
legitimidad necesaria. Ayer, apenas unas horas después del anuncio, las plazas
y calles de España se llenaban de miles de ciudadanos y ciudadanas
solicitando la celebración de un referéndum, movimiento que irá en aumento en
los próximos días.
Así, bien harían las fuerzas
políticas, en especial el PSOE de fuerte raíz republicana, en demandar la
celebración de un referéndum, que lejos de separar a España en dos, contribuya
a remar todos en la misma dirección una vez que el pueblo a través de las urnas
se manifieste libre y democráticamente.
A los republicanos, como puede
ser mi caso, de resultar la opción mayoritaria seguir manteniendo el actual
modelo de Jefatura de Estado, no nos quedará más opción que asumir el resultado
y por lo tanto la monarquía lejos de debilitarse, gozaría del vigor y la
legitimidad necesaria para afrontar los años siguientes sin sobresaltos.
Por el contrario si el pueblo
español se manifestase claramente a favor de la instauración de una República,
España se encontraría en el mejor de los escenarios posibles para la
realización de una Segunda Transición política a través de un proceso
constituyen que transforme definitivamente el actual modelo de Estado.