El pasado lunes la Universidad de Sevilla inauguraba el nuevo
edificio destinado a la investigación, con el nombre de “Centro de
Investigación, Tecnología e Innovación Celestino Mutis”, ese mismo día
apenas unas horas antes de tan importante acontecimiento en el Salón de
Grados de la facultad de Biología tenía lugar un acto mucho más íntimo y
alejado de los focos, pero de una trascendencia igual de importante,
pues sin lo uno no es posible lo otro, como es la defensa de una
tesis doctoral. Ambas cuestiones tienen que ir de la mano, para que los
resultados lleguen.
Pero dichos acontecimientos tenían un
protagonista común: D. Salvador Talavera Lozano, catedrático de
botánica, y a la sazón mi padre. A quien dedico este artículo como
sincero homenaje a su trayectoria profesional y vital
Así en esa
fría mañana coincidió en el tiempo la defensa de la última tesis por él
dirigida y la inauguración del nuevo edificio que albergaría los
servicios de Herbario y de Invernaderos, por los que Salvador llevaba años luchando y haciendo ver a cuantos se cruzaban en su camino de la necesidad de disponer de estos servicios de calidad para la
investigación en el área de la botánica. Pero para el viejo profesor aquel era
su “último” día de una dilatada y prolija carrera profesional, sus
achaques le impedían seguir cumpliendo fiel y honradamente con el
compromiso adquirido allá por 1971 cuando se incorporó como docente e
investigador a la Universidad de Sevilla.
Salvador afectado por
una poliomielitis severa desde la niñez supo reponerse a su
discapacidad, luchando en unos años muy difíciles por salir adelante en
una familia de trabajadores de Hinojos y que había perdido a su madre
cuando era un adolescente. Él, consciente de la imposibilidad de seguir
en el negocio familiar como panadero, tomó la decisión de empezar los
estudios de bachiller desde la distancia, así, fue capaz de hacer varios
cursos en uno para recuperar el tiempo perdido, hasta llegar a
matricularse por la entonces Facultad de Ciencias en la Universidad de
Sevilla para finalmente a la edad de 27 años terminar sus estudios en la
especialidad de Biología. Salvador, proveniente del mundo rural y con
el amor al campo desde su juventud, tenía claro que el conocimiento de
la naturaleza y en especial de las plantas era a lo que quería consagrar su actividad profesional, y
por ello empezó sus estudios de Doctorado, obteniendo su título de Doctor en Biología, gracias entre otros,
a su director D. Benito Valdés, en 1974. A la finalización de sus estudios de doctorado se tiene que trasladar a la ciudad suiza de Zurich durante nueve meses, que pasa alejado de su recién constituida familia.
Salvador se incorpora a la
docencia en un primer momento como profesor de botánica en la joven facultad de Farmacia, pero aquellos años fueron años
difíciles. Pues la vida le había vuelto a poner una dura prueba de superación con
el nacimiento de su hija Isabel. Así, Salvador tenía que compatibilizar
su dedicación plena con el cuidado y la atención a su familia.
Pero
consciente de la importancia que la formación tiene para el desarrollo
personal, convence a su hermano menor para que se fuera a vivir a Sevilla con ellos a terminar los estudios de
bachiller y empezar su formación universitaria como profesor de
magisterio, hoy Manolo es el maestro de la escuela de adultos de
Hinojos.
No será hasta el año 1983 cuando Salvador saque su plaza
como catedrático en la Universidad de Sevilla, anteriormente obtuvo su plaza como Profesor Agregado Numerario en primer lugar en la Universidad de Oviedo. Pero para entonces la familia
que había crecido con el nacimiento de Salvador y de María se había trasladado a
Hinojos, y él decide quedarse en Sevilla hasta que llegase su
oportunidad, finalmente Salvador es catedrático de botánica por su
Universidad.
A lo largo de todos estos años Salvador ha dirigido
19 tesis doctorales, es Director del grupo de investigación
de excelencia “Ecología Reproductiva de Plantas”, es el actual Director
del Servicio General de Herbario y goza del reconocimiento profesional
entre sus colegas , siendo sus publicaciones numerosas en revistas
nacionales e internacionales.
Pero la historia de Salvador no se
entiende sin su capacidad para reponerse a las adversidades, sin darle
importancia a los palos en la rueda que la vida le iba poniendo. Así,
coincidiendo con el nacimiento de Francisco, su hija Isabel fallece y la
familia decide volver a Sevilla.
Aquellos años en Hinojos fueron
muy duros en lo físico para él. Salvador tenía que levantarse de
madrugada y coger el autobús de línea hasta Sevilla, después de más de
una hora de trayecto, y gracias al cobijo de sus tías Rosa y Narcisa
tenía un lugar donde dejar su vieja Puch en la capital para desplazarse
desde allí a la Universidad, donde permanecía hasta la hora de regreso
del último autobús que llegaba a Hinojos a las 9 de la noche. Siempre
recordaré aquellas noches como cenas de “dos huevos fritos con patatas”.
Ya instalados en Sevilla definitivamente, Salvador se dedica en
cuerpo y alma a su “trabajo”, aunque él jamás lo entendió como tal pues
era su “pasión”. Así, las jornadas en la Universidad eran maratonianas
de 8 de la mañana a 10 de la noche en la mayoría de los casos, con un
pequeño receso a la hora de comer en la que volvía a casa y aprovechaba
para llevar en su motillo a sus tres hijos al colegio, cuando la jornada
escolar era partida y las normas de tráfico menos severas. Así pasaban
los días, los meses, los años…
Sus hijos fueron creciendo y
necesitaban alguna ayuda en las tareas escolares. Salvador adelantaba su
salida de la Universidad para ayudar a sus hijos en dichas tareas, no
obstante Salvador volvía a su despacho los sábados y domingos que no
había ido a Hinojos.
Pues la vida de Salvador es un ir y venir
constante entre Hinojos y Sevilla. Así, sus días transcurrían entre el
campo, sus “papeles” y su mirada por los viejos microscopios, antes que
la tecnología y los medios facilitasen esta última tarea. Pero nunca
dejó de atender a su familia, aunque contaba con el apoyo y el
sacrificio abnegado de su mujer, Manoli. Sin ella jamás él hubiese
conseguido las metas a las que se propuso llegar.
Pero Salvador,
ese hombre sencillo de pueblo a pesar de su posición académica, no
dejaba de ser el mismo y así tenía tiempo de atender a cuantos
estudiantes de farmacia, biología o ingeniería llamaban a su puerta para
pedir ayuda en sus estudios de botánica. Su casa de Hinojos estaba y
está abierta para todos, para esos estudiantes y para sus amigos de la
infancia que sentados en el porche rememoran viejas anécdotas. También, para aquellos otros amantes de la cacería, en
especial del pájaro perdiz (como no recordar ahora la reproducción de
los distintos cantos del pájaro) o para su familia: pañuelo de lágrimas y
de consejos.
Salvador durante toda su dilatada vida profesional
jamás ha estado de baja, a excepción de las operaciones a las que
recientemente se ha visto abocado. Su trabajo estaba por encima de
cualquier cosa, incluso de él mismo.
Así, hace unos años le
pregunté: ¿para qué sirve tanto tiempo empleado en tus estudios e
investigaciones? Puesto que su especialidad a ojos de profanos no tiene
la magnificencia ni la consideración de otras. Ahora sé
la respuesta: tus investigaciones han servido para que otros muchos/as
tengan una misión en la vida, un trabajo que defender en estos tiempos
difíciles. Ahora sé que aquellas horas abnegadas frente a sus “papeles” y
restadas a su familia sólo buscaban una cosa: la excelencia, no para
él, sino para aquel coautor de ese artículo, que le abriría las puertas a
una beca o a una plaza en alguna institución universitaria. Ese es su
gran legado, además de sus artículos y de su familia.
Pero la
vida que nunca le puso las cosas fáciles, le volvía a dar la espalda con
la enfermedad de su Manoli, su mujer , el gran sostén de su vida, el
punto de apoyo que permitía que la palanca de sus investigaciones
siguieran moviendo su mundo. Nos dejaba en un Jueves Santo de hace poco
menos de tres años. Pero Salvador, cuando otros compañeros ya se habían
jubilado y bebían las mieles de un justo retiro, decidió continuar con
su trabajo. No quería abandonar a su otra familia, quería ayudar a que
sus titulares llegasen a catedráticos, a sus doctores a que obtuviesen
una plaza como contratado doctor y sobre todo quería dejarles un lugar
digno donde seguir desarrollando su tarea investigadora y seguir
formando a botánicos de excelencia en la Universidad de Sevilla.
Al
final, cuando están próximos sus 69 inviernos, su cuerpo ha dicho
basta. No puede seguir como él entiende su “trabajo”. Aunque estoy
seguro que seguirá siendo el mismo, seguirá ayudando a cuantos lo
necesiten y seguirá metido entre sus “papeles” para dejar un último
legado. Ojalá la vida tan dura con él, le permita conseguir su última
meta.
Gracias Papá por el Parque del Alamillo, gracias por
preocuparte y ocuparte no sólo de tu familia sino de tantos como te
necesitaron, gracias por dejar a Sevilla este nuevo edificio que para mí
siempre será el edificio “Profesor. Salvador Talavera Lozano” y sobre
todo gracias por ser fiel a ti mismo durante todos estos años.