lunes, 24 de marzo de 2014

Adolfo Suárez y la necesidad de un nuevo proceso constituyente.


Ayer moría Adolfo Suárez González, el último Presidente de un Gobierno antidemocrático y el Primer Presidente elegido democráticamente por los españoles y españolas. Ahora que todo son alabanzas a su figura, muy propio de nuestro país, ya nadie recuerda los motivos que hicieron a los ciudadanos desconfiar tanto de su partido como de él mismo, y que lo postergaron a la más absoluta irrelevancia política. España con la llegada de la democracia tenía la necesidad vital de sacudirse la caspa que impedía el despegue de un país con ganas de mostrarse al mundo, quería que aquella larga dictadura pasara como un mal sueño, donde no hubieran ni vencedores ni vencidos, donde todos a una se unieran por sacar a España del pozo donde nos había metido una guerra completamente ilegal y sangrienta entre hermanos. Así después de esos primeros años de democracia, quizás más fruto del miedo que de otra cosa, los españoles dejaron en la cuneta y en el olvido lo que Suárez representaba para muchos de sus compatriotas, era un nuevo tiempo que requería de nuevas gentes en la actividad política.

La gran obra de Suárez: la legalización del PCE, la convocatoria de las primeras elecciones democráticas después de la dictadura del general Franco y sobre todo la realización de una nueva Constitución, fueron los pilares sobre los que la sociedad española construyó su nueva morada. Pero superados ya aquellos primeros miedos, con una democracia consolidada y una Constitución que empieza a dar muestras de agotamiento, la sociedad española está pidiendo un nuevo marco de convivencia.

La muerte de Suárez coincide con la Marcha de la Dignidad, que ha llevado a Madrid a miles de ciudadanos y ciudadanas, gentes venidas por miles de todos los puntos de España, que con su voz piden un cambio político, más centrado een los ciudadanos y menos en los mercados, la dignidad humana por encima de todas las cosas.  Parece que el Gran personaje político de la Transición muere justamente cuando se visualiza con mayor fuerza la necesidad de un cambio.

Ahora 36 años después de la aprobación de aquella Constitución, los españoles piden la modificación sustancial de la misma, y al igual que las Cortes Franquistas fueron capaces de firmar su propia acta de defunción, las Cortes nacidas de la Constitución del 78 deben de hacer lo mismo, promoviendo y aprobando una serie de leyes encaminadas a casar las demandas ciudadanas con un cuerpo legislativo nuevo. Donde una nueva Ley Electoral, permita una mayor representación de las sensibilidades políticas en las cámaras, pero que a la vez no sea obstáculo para la formación de gobiernos estables, nuevas leyes que favorezcan la transparencia y la información a los ciudadanos, nuevas leyes que permitan debates ágiles y de profundidad en la Cámara de representación nacional y una nueva cámara de representación territorial, en sustitución del actual Senado, que sirva para que todos los territorios que constituyen este país, junto con las gentes que en ellos viven, se sientan plenamente representados y a la vez coordine unos derechos y obligaciones básicos con independencia del territorio donde se viva. Leyes que terminen con las prebendas de una casta política alejada de la realidad de la calle. Leyes que posibiliten una reorganización territorial del Estado, que sin perder las autonomías ganadas, si busquen una racionalización de los servicios que se prestan a los ciudadanos.

En fin… la muerte de Suárez, nos obliga a todos y todas, a mirar  por el espejo retrovisor sin perder de vista la carretera, los estados son organizaciones políticas vivas, que van adaptándose a las realidades sociales que en cada momento les toca vivir, y quizás la actual realidad, muy parecida a la vivida por Suárez, nos lleve a un nuevo marco constitucional donde dar cabida a una nueva Jefatura del Estado, donde la sangre no sea un elemento de privilegio para nadie y sobre todo que nos sirva para reconciliarnos con una clase política que debe estar a la altura de los ciudadanos y ciudadanas a los que representa.

"En política sólo triunfa quien pone la vela donde sopla el aire; jamás quien pretende que sople el aire donde pone la vela". Antonio Machado.